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Nada hemos cambiado -No había otra carta

Nada hemos cambiado -No había otra carta

Nada hemos cambiado -No había otra carta
Por Rafael Loret de Mola

Desde luego, la llegada hace cinco años de José Antonio González Anaya, como secretario de Hacienda, en combinación con el anuncio de que José Antonio Meade Kuribreña (Pepe), buscaría la candidatura presidencial priista, sin ser militante y derrotado de antemano, confirmó la cercanía, como nunca, del expresidente Carlos Salinas al lado del ex mandatario federal Peña quien entonces no podía desprenderse del olor a cárcel —luego llegaría la transacción con AMLO—. González Anaya —incluso físicamente parecido al exgnomo de Dublín—, es cuñado de Salinas y cerró el putrefacto sexenio con las riendas financieras en la mano, incluso para medir los apoyos soterrados al establishment. Círculo cerrado y Meade llevado al peor de los sacrificios, el de la indignidad.

Por supuesto, los escándalos de Pemex no afectarán a quien salió de la dirección de esta empresa para dirigir la economía del país; entre ellos, Carlos Treviño debió ser quien asomara la cara con un poco de valor en un régimen de pillos esencialmente cobardes.

¿Y los desfalcos a Pemex, convertida en una suerte de caja chica, como la Lotería Nacional, de los favoritos de la clase política? Uno de los más conocidos tiene que ver con la refinería estadounidense Deer Park de la que la supuesta paraestatal mexicana, más bien casi privatizada, cuenta ya con el cien por ciento de las acciones pero éstas no se ven porque no es predecible que reciba regalías de ningún género, mientras Shell, la vendedora que se sacudió de sus deudas gracias al mandante pelafustán, sigue surtiéndolas de crudo. Las utilidades se irán hacia el agujero negro de la corrupción, esto es diversos paraísos fiscales a donde llegan hasta el fin de año pasado cuando menos, dos mil millones de dólares cada doce meses provenientes de PMI (Pemex International), obviamente ligada a la nacional, cuyo destino se ignora.

Es como una suerte de ahorro para los retiros de quienes acompañaron al abyecto peñismo hasta el final y hoy corren, como los caballitos, detrás de la montura del presidente AMLO en espera de un milagro guadalupano al nivel de la mayor manipulación conocida.

En el otro extremo, el de la Morena de Andrés, destaca como hemos adelantado el empresario Alfonso Romo Garza, casado con la hija del célebre adalid regiomontano, Eugenio Garza Sada, asesinado el 17 de septiembre de 1973, precisamente en Monterrey, por la liga terrorista-política 23 de septiembre de la que formaba parte José Luis Sierra, “el Perico”, casado con la otrora lideresa del PRI –y yucateca como la descocada Ivonne Ortega, ahora emecista-, Dulce María Sauri. Círculos rojos de alta complejidad. Además, claro, de Jesús Piedra Ibarra, hijo de doña Rosario una especie de segunda madre de AMLO, quien fue el asesino directo del empresario para luego ser abatido aunque su madre lo siga buscando hasta debajo del asfalto… como en el caso de los 43 de Ayotzinapa.

Como ya narramos, Romo Garza fue discípulo y socio de Pedro Aspe Armella, secretario de Hacienda durante el salinato trágico y uno de sus más altos representantes, hasta hoy cuando en apariencia juega papeles decisivos en el grupo Véctor, precisamente el de Romo, desde su incorporación al sector privado; luego fue director general de El Palacio de Hierro, en donde se disparó la narco-economía, uno de los baluartes de Alberto Baillères González, el tercer multimillonario de México ya extinto pero con herederos ambiciosos, sólo adelantado por Carlos Slim y el criminal Germán Larrea Mota-Velasco, el zar de la minería. Y de allí pasó a la jefatura de la oficina de la Presidencia de la mano del régimen “para los pobres”, de la que ya se desprendió para atender sus negocios particulares siempre de la mano de AMLO. Cuando se fue del gobierno jamás fue substituido.

El hecho es que, con habilidad excepcional, Salinas tiene las manos metidas entre los grupos ahora tibios del PRI y también en Morena, en competencia con el doctor zeta, Ernesto Zedillo, quienes, al desplomarse entonces el Frente Ciudadano por sus propias contradicciones, llegaron a la justa final de julio de 2018 muy cerca el uno del otro por cuanto a que colectaron los votos del rencor, a favor de Andrés, que ellos mismos generaron. Una paradoja muy agobiante para México. Una democracia más sucia que la cara de aquel “ecoloco” de las fantasías televisivas. ¿Lo recuerdan?

La anécdota

Hace cinco años ni siquiera la mitad de quienes hoy conocen a Meade podrían reconocerlo al encontrárselo en alguna corrida de toros en la Plaza México; y hace cuatro años, no creo que ni dos de cada diez lo hicieran. Pasaba a su lugar, en la sexta fila del primer tendido de sombra, sin querer llamar la anterior y riéndose mucho de los gritos de las porras y de otros más, junto a sus hijos y su progenitor. Un padre de familia normal.

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En la temporada de 2019, claro, decidió regresar a sus antiguas localidades con la condición de excandidato priista y fue aceptado por la multitud; parte de ella lo ovacionó y no hubo un solo silbido. Un amigo cercano al excandidato me susurró:

—Andrés es experto en suicidarse políticamente; ya lo hizo dos veces. Y va por el mismo camino en la Presidencia.

Pese a ello, no puede olvidarse que en 2006 fue víctima de una desaseada elección y en 2012 los ardides del priismo lo acorralaron entre Soriana y Monex. Prefiero la democracia, sí, pero me aterra el supuesto suicidio de quienes lucharon, hasta hace un poco más de un año, por suprimir al sistema con la bandera de la anticorrupción.

La herencia maldita va consumiendo, ahora rápidamente, a quien todavía ostenta, por 10 meses más, la condición de presidente de la República. ¡Cuánto nos hemos arrepentido!

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